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Leandro Díaz para los Ojos del Alma

Leandro José Díaz Duarte, cuenta para su CD “Leandro Díaz, Los ojos del alma” su historia desde su infancia.

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Sus padres fueron Abel Rafael Duarte y María Ignacia Díaz, ambos de la guajira, su papá era de Hatonuevo y su  mamá de Lagunita. El nace un 20 de febrero de 1928, de mañanita; antes a los 8 días de nacido, a los bebés se les saca al sol, así se dieron cuenta que Leandro nace invidente, fue un trauma grande para su familia por ser el primer hijo de su papá. Su papá después de que él naciera, se fue a una tierrita que le dio un tío, llamada “Los Pajales”, ahí llevaron a Leandro de meses y ahí se crió, siendo una familia pobre, con un niño invidente, sufrió mucho en su crianza, la cual fue fuerte para él y muy dura porque no tenía quien lo cuidara, se dio muchos golpes, nació con ese destino, y ahí poco a poco me fui formando el ideal.

 

Infancia y su acercamiento a la música:

Cuando Leandro tenía 5 años, una tía de él llamada Erótida, cantaba unas canciones y él cantaba pedacitos vinculándose a la música; todos los años Leandro y su familia iban a una finca que era de su abuela, la finca se llamaba “San Esteban”, y el cuenta que allá oía los acordeones de José Dolores Brito con su hijo, también a Ismael Díaz, Julio Francisco, una serie de acordeones, entonces se fue familiarizando con la música, casi siempre Leandro vivía cantando pedacitos de ranchera como el “rancho grande”, en esa época no existía el vallenato, se escuchaba merengue, puya, en especial la puya que le decían “El estanciero” de Francisco el Hombre, a la gente le gustaba que Leandro cantara, porque tenía gracia, entonces lo ponían a cantar, y él me divertía con eso.

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Leandro, cuenta que él no tenía quien lo orientara, sino que cuando él oía una palabra, por ejemplo, decían sombra, él se daba cuenta que no le daba sol, entonces ahí entendía el significado de la palabra sombra, y así fui encontrando las palabras y los contenidos sin orientación alguna, sino la de su propio sentido. En la sierra, el agua le quedaba lejos, él se montaba en el anca de un burro y se iba a bañar, eso era duro Leandro, pasó mucho frío, para él no había abrigo, muchas veces se arropaba con un saco para recoger café, y le tocaba dormir en una trojita. La casa de su familia nada más eran dos, la de su papá y la de un hermano, que se llamaba Antonio, quien no tenía hijos, entonces todo lo trataba con Leandro porque no tenía con quien, sí había niños cerca de su casa, pero ellos se entendían con sus otros hermanos, con Leandro no, porque él era ciego. 

PRIMER ENCUENTRO DE ALBERTO MURGAS CON LEANDRO

En Villanueva La Guajira hacía una tarde calurosa y corría una brisa seca, los niños jugaban en la calle a pie descalzos y con el sol en la cabeza, un panorama típico de la zona. De fondo se sienten las notas de un acordeón y voces en son de fiesta, Leandro Díaz estaba en el pueblo y se sentía el alboroto en la calle 10, donde José Alberto “Beto” Murgas cuenta haber tenido su primer encuentro con el maestro. 

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En una cantina, con la gente sentada en asientos de madera, mientras se reparte el trago, los presentes no pueden evitar sentir satisfacción, curiosidad y admiración por el maestro Leandro, lo tienen rodeado y Beto Murgas, mientras lo mira desde lejos también despierta curiosidad de tal talento innato.

 

Ese fue el primer encuentro de dos grandes maestros, mientras que uno apenas despertaba amor por el vallenato, el otro le era inspiración para querer cavar hasta lo más profundo del género.

NO HACE FALTA VER PARA CONOCER EL CAMINO

Después de una parranda en Valledupar, con la gente tomando y las calles solas, la brisa se vuelve fría y el maestro Leandro Díaz necesita que lo lleven a San Diego, pueblo cerca del Valle donde vivía con su mujer. No salía ningún chance y con la gente de la parranda tomada era imposible agarrar carretera tan tarde, Leandro se termina de tomar un trago mientras un amigo le llama un taxi de la estación como último intento. Pasan los minutos y aparece el taxi, lo manejaba un santandereano quien no se ve tan convencido de llevar a un ciego tomado “¿Cómo voy a llevar al señor en esa condición? si yo ni sé cómo llegar al pueblo, no soy de aquí” casi que sin dejarlo terminar Leandro le responde “No te preocupes cacha que yo te llevo” provocando la risa de los presentes.

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Ya en el taxi y con las ventanas abajo, Leandro es capaz de reconocer cada parte del camino, el cambio de la brisa, la velocidad del carro y las diferentes condiciones de la carretera le permiten ubicarse en una vía frecuente para él. 

Saliendo de Valledupar en una curva larga el maestro dice “ya vamos a pasar por el salguero” dándole a entender al conductor que sabía perfectamente por donde iban, a lo que el hombre  responde “usted ve claramente” para seguir conduciendo. A mitad del camino el taxista vigila a Leandro por el retrovisor, en una de esas lo ve con los ojos cerrados y la cabeza acomodada “¿Y ahora yo cómo me ubico?” murmura el conductor “Cacha relájate que voy es descansando, ahora viene el parque de las almojábanas, ahí cruzas a la izquierda” dice Leandro mientras se acomoda en su lugar, el taxista ya sin comentarios y sorprendido por la capacidad de Leandro, se deja guiar.

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Llegando a San Diego el maestro dice “ahorita vamos a pasar por un puente de tablas, te metes por el lado izquierdo que al derecho le hace falta una tabla” en este punto el taxista casi no lo puede creer, hasta ganas de reírse le dan por tal exactitud de un ciego. Al llegar al destino Leandro sabe que aquel taxista se fue incrédulo de las habilidades que pudo desarrollar por su discapacidad y con la lección de que no hace falta ver para conocer el camino.

22 de septiembre

Un 22 de septiembre, el día de mis santos me encuentro arreglándome para asistir a mi primer festival, ilusionada con ver a Carlos Vives en tarima repaso sus canciones. Ya en el lugar la emoción no me abandona, la brisa cada vez más fría pero el amor por el cuna nos tiene predispuestos a una noche de maravilla. 

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Cualquiera no entiende el afecto, pasión y sensación que provoca el Cuna de Acordeones, festival de Villanueva, La Guajira, yo apenas comenzaba a entender mientras Vives aparece entre los reflectores y el humo a interpretar sus mejores éxitos, lo que no me esperaba es la melodía pegajosa de Matildelina, a lo que también aparece el maestro Leandro Díaz desde un extremo del escenario. Juntos cumplieron su propio sueño y el sueño de muchos de los amantes del vallenato allí presentes.

 

Esa noche bajo la luna Villanueva fue la última noche en la que Carlos Vives vio a Leandro con vida y yo estuve presente para admirar a dos grandes fusionando sus talentos.

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La visita de Leandro a los Tocaimeros

Un 15 de junio de 1949, Leandro Diaz estaba en casa de su tío en una parranda vallenata en Maicao, en medio de su calurosa reunión se dio cuenta que debía volver a su hogar Hatonuevo, La Guajira, pero no tenía un peso en el bolsillo para comprar pasajes de regreso, fue ahí donde pensó en pedirle prestado dinero a su abuela la cual respondió decidida que no iba a patrocinar el viaje. Leandro se dio cuenta que la única manera de poder comprar los pasajes era componiendo una canción para los Tocaimeros.

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Una tarde del 4 de octubre en la mañana de ese mismo año, su tío Laureano llego de la sierra y Leandro con entusiasmo le muestra su canción que escribió en la madrugada, donde su tío es nombrado en uno de sus versos, con un tono descarado le dice que para escucharla debe pagar 5 pesos, su tío al ver que era muy buena le dio un caluroso abrazo y dijo que le daría 5 pesos más por el gran tema que compuso, Leandro contento se fue a la vereda y salió con 72 pesos con los que pudo devolverse a su pueblo y en el camino se dio cuenta con todo lo ocurrido que podía vivir de sus canciones y empezó el arduo trabajo de componer seriamente.

Una mañana cualquiera Leandro se despierta como de costumbre y se encontraba rondando en su casa cuando escucha un pequeño golpecito en la puerta, para su sorpresa se trataba del famoso cacique de la junta Diomedes Diaz, quien estaba en busca de una canción escrita por el reconocido compositor.

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Entrando a la casa Diomedes le dice a Leandro que el próximo domingo le regalaría un chinchorrito de la junta, pero llegado el día se dio cuenta que Diomedes nunca llegaría.

En esos tiempos Leandro hacía muchas parrandas en la Paz y muchos conocidos como Alfredo Gutiérrez, José Carlos Morón, Rodolfo Padilla, en medio de los tragos y entusiasmados por escuchar al maestro, le prometieron que iban a darle varios regalos como equipos de sonido, dinero y hasta un carro por agradecimiento de cantar en la parranda, teniendo en las manos el único regalo que le habían prometido, un viejo carro desgastado de un amigo, se lo arrebató con la excusa de que iba a regalarle un carro nuevo, pero al final del día, ninguno de ellos llegó, ni le cumplieron con los regalos y todo quedó en promesas falsas.

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Él pensó que todo esto tendría un final feliz porque sus amigos eran muy bondadosos y eran regalos comunes para los cantantes en esa época. Leandro en forma de desquitarse y divertirse con sus amigos decidió componer una canción llamada “el negativo” mencionando a cada uno de sus supuestos benefactores.

Y ASÍ NACIÓ EL NEGATIVO

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